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Una nueva chapuza ha construido Tarek William Saab cuyo certificado de ignorancia penal es harto conocido. “De lo único que él sabe es de cosmética”, precisa un subordinado que destaca que el narcisismo del fiscal general del régimen ya ha cobrado visos preocupantes.

Tarek oculta una inseguridad que los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez han alimentado para angustiarlo. Se trata del vencimiento del período de quienes han estado en los cargos del Poder Ciudadano entre los que se incluye la fiscalía general de la República, lo cual lo dejaría fuera, si el plan de los Rodríguez de colocar a Larry Devoe en su lugar, se materializa.

Ya parecía bastante escandaloso la confirmación de que el delincuente más buscado dentro y fuera del país, el Niño Guerrero del Tren de Aragua, se comunica telefónicamente con el ministro del Interior y Justicia Remigio Ceballos, como si fuera su mejor amigo.

Ha quedado ratificada la fluidez comunicacional entre la jerarquía militar y las bandas armadas. Y peor aún, es evidente la sumisión de la FANB ante grupos ilegales armados.

Y es oficial: ninguna policía regional, ni local, ni el CICPC, ni la Guardia Nacional pueden tocar esas bandas armadas que se autodenominan guardianes de la revolución.

Mientras el lunes 23 de octubre la mayoría del país explotaba de emoción, el mundo del régimen, cada vez más reducido, aunque aún con el control del poder, activaba nuevos relatos que lograran dispersar la esperanza y fracturar la cohesión alcanzada. Entonces, Maduro difundió el posible conflicto de guerra con Guyana y organizó la parodia del referéndum consultivo. Ya sabemos, fracasó estruendosamente.

En simultáneo algo había sucedido que llamó la atención del Fiscal Tarek: ese mismo mes la revista Rolling Stone publicó la lista de los 50 mejores en la historia del rap en español. Canserbero, “Can” para sus amigos, Tirone José González Orama para el registro, fue ubicado como el número uno por el equipo de expertos que se encargó de la selección. 

 

El régimen ha perdido la calle. El fracaso en la convocatoria se ha repetido y Maduro jamás asumirá que es su culpa así que es fácil apuntar al segundo del partido Diosdado Cabello a quien le han disparado donde le duele: Le han removido parte fundamental de su cuota de poder en el Tribunal Supremo de Justicia, a su “amiga”, la magistrada Bárbara César Siero. Además, han acusado a sus dos hermanos, el teniente coronel Guillermo Enrique y el mayor Guillermo Henry César Siero de estar en una conspiración.

La magistrada tenía en sus manos el caso más importante para la dictadura: la inhabilitación de María Corina Machado. Recordemos que Diosdado no ha dejado de repetir que la candidata opositora de la unidad “no pasará”, confiado en que su compañera en el TSJ cumpliría con velocidad y diligentemente sus instrucciones. 

Jorge Botti y Jorge Roig, ambos expresidentes de Fedecámaras, disertaban relajadamente sobre las perspectivas del país para este año. Conversar sobre ese tema en un medio de comunicación venezolano es como caminar descalzo sobre vidrios: el riesgo de decir algo que moleste al régimen es elevado. Con ellos ese peligro quedó descartado, al contrario, su posición se presentó absolutamente conveniente para Nicolás Maduro.

Digamos que Botti y Roig pueden ser considerados como representantes de parte importante del empresariado venezolano. Y digamos también, que en su derecho como ciudadanos preocupados por su capital -que no tiene corazón- y tal vez tapándose la nariz y cerrando los ojos, han decidido hacer buenas migas con el régimen.

 

El hartazgo y la desesperación han disipado el miedo a una tiranía. El esfuerzo por imponer la mentira de la supuesta felicidad aprovechando las fiestas decembrinas solo ha servido para organizarse para la necesaria protesta. Anunciar el regreso a clases parece una burla. Lo es cuando tres millones y medio de niños y jóvenes están fuera del sistema escolar, entre otras razones porque sus padres no tienen dinero ni siquiera para alimentarlos. 

El implacable discurso de los maestros acusando a Maduro por haber pulverizado el salario de los trabajadores, haberles despojado de primas y bonos, por llevar a la involución los derechos laborales arrasando con las convenciones colectivas, por eliminar el vaso de leche escolar y haber colaborado en la destrucción de la infraestructura al cortar toda fuente que soportara el mantenimiento de las escuelas, son parte de las razones para un justo reclamo contundente y masivo.

 

Maduro, contrario al pensamiento de muchos, no es bruto. Y ha aprendido. Así que él sabe que el odio -merecido- del pueblo venezolano es su sentencia de muerte. Le toca entonces tomar una decisión en un momento en que parece ineludible tener que acudir a un proceso electoral que le urge evitarlo así que cualquier subterfugio ha de ser considerado en el análisis, en especial un conflicto bélico con Guyana que por eso debe mantenerse en el radar, más ahora, cuando los números le reiteran a Maduro lo que no quiere oír: el estruendo del derrumbe de su imagen, la rabia por haber deshilachado un país, el rechazo de un pueblo que quiere votar y que ha perdido el miedo.

Sí, es evidente que a Maduro sus enemigos internos le preocupan tanto o más que la oposición. Los de su jauría van con ventaja en maldad. Llevan la formación del vicio, el entrenamiento de la ruindad, de la amoralidad, la deslealtad, la ambición, todo lo que él encarna. 

En Venezuela el presupuesto de los bomberos es exiguo, las instalaciones se desmoronan, los equipos de rescate y de protección del personal están deshechos, ni hablar de los salarios o cualquier condición contractual.

Como en el resto del mundo los bomberos son la máxima expresión del servidor público. Siempre son ignorados por Nicolás Maduro. A sus actos internos nunca asiste. Para ellos no hay deferencia. Su desprecio es básico: no tienen poder de fuego. No son ellos los que lo sostienen en el poder. Los otros reprimen, los bomberos salvan vidas, incluyendo a las víctimas de los cuerpos represivos. 

Sobran los relatos de bomberos que, sin agua, sin uniforme, sin equipos, han arriesgado su seguridad, demostrando su nivel de entrega para evitar que alguien muera. En Venezuela lo hacen además sin haber podido alimentarse y con la preocupación de que su familia tampoco.