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Kluivert Roa suplicó al policía: "por favor no me mate, no me mate". El funcionario le disparó a muy corta distancia en la cabeza con una escopeta calibre 12 que contenía perdigones de plástico, lo que causó una lesión mortal en su cráneo. Kluivert tenía 14 años de edad. Según cuentan testigos, Kluivert salía de clases y se tropezó con una manifestación de jóvenes que ocurría en San Cristóbal, ciudad al suroeste venezolano. Kluivert como buen miembro scout, se detuvo a ayudar a otro estudiante que había sido herido, cuando fue tomado por sorpresa por un efectivo de la Policía Nacional Bolivariana quien lo obligó a arrodillarse y colocar sus manos en la cabeza. Ocurrió el 24 de febrero de 2015.
La indignación a través de las redes sociales -casi la única manera de conocer el feedback en Venezuela- se sintió de inmediato. La posición de la MUD a través de un comunicado (ni siquiera hubo rueda de prensa) al anunciar que no respaldaba la convocatoria de Leopoldo López y Daniel Ceballos de salir a protestar por haber sido tomada de manera "inconsulta", revivió viejas facturas de quejas contra el ente coordinador de la política venezolana.
Así lo sentí yo.
Hacía poco había observado el video de López realizando la convocatoria y había comentado la fuerza y el coraje de su imagen y palabras. La prisión lo ha elevado.
Aporreados
Ser reportero es parte de mi esencia. Siento que puedo estar trabajando “desde el lugar de los acontecimientos” o registrando un evento minuto a minuto -más ahora con los avances tecnológicos- con la intensidad de mi interés. Esa adrenalina va por mi cuota personal. Y por mi derecho a expresar lo que siento me puedo jugar la vida.
La introducción viene a lugar por la realización de las elecciones primarias opositoras en Venezuela, que he de comentar primero que nada, fueron tan exitosas que sorprendidos quedaron tirios y troyanos.
Para más precisión: los opositores quedamos sorprendidos. Los del gobierno quedaron aporreados.
Vergüenza
Un país es una palabra, un nombre. También puede ser un sentimiento o un adjetivo.
Venezuela generaba envidia por sus riquezas, guiños de complicidad con placer masculino por sus bellas mujeres, gritos de orgullo por sus peloteros, lágrimas de emoción por sus músicos, en fin, Venezuela sonaba a gigante, retumbaba e hinchaba. Ya no es así.
Los espacios de los medios internacionales apenas alcanzan para registrar los montos asaltados por la banda que está frente al gobierno. Realmente "las bandas", sí de bandoleros.
Ausentes de moral, saquearon los recursos y entregaron a terroristas y ladrones no sólo los recursos materiales.
Perplejidad
Una amiga de la infancia que vive en Europa me cuenta que su cuñada y su sobrina fueron secuestradas en Caracas durante varias horas. El ultraje, el sufrimiento de las víctimas y sus familiares, la desesperación, los dejaron agotados y deprimidos. ¿Qué hacer? Denunciar ante quien presume ser la autoridad, es una apuesta que puede resultar peligrosa. Para nadie es un secreto que en los organismos policiales conviven los miembros de las bandas delictivas que a su vez operan en coordinación con los famosos "pranes" de las cárceles del país.
Venezuela está en manos de carteles de droga, mafiosos corruptos, compradores de armas, guerrilleros, terroristas, asesinos.
El secuestro es sólo un área con el que los jefes políticos satisfacen a algunas bandas delictivas del país.
Dolor
Duele igualito. Como si estuvieras sudando la cola, escuchando en vivo la noticia de un nuevo policía muerto –esta vez fue un militar que trató de evitar un asalto con su esposa embarazada-, o como si te despacharan el sueño de unas vacaciones porque los del gobierno quieren todos los dólares para ellos y el cupo de viajeros de los ciudadanos se lo van a bailar los jefes del régimen, familiares y amigos.
Duele sin tregua y con impotencia. Con vergüenza y terror. Con perplejidad porque no reconozco al país donde nací, ni a varios que se dicen mis hermanos, ni a muchos que creí mis amigos. Me siento sin identidad, o con la identidad equivocada para ser más precisa. Venezuela no es lo que veo, lo que siento, lo que lucho. A la que viví en los últimos años no la reconozco. Y me asusta.
Condescendencia
Me era imposible imaginar que un cubano me tratara con conmiseración, hasta que lo viví. Un canal de televisión en español transmitía la Cumbre de las Américas realizada en Panamá que era seguida con atención por un médico veterano que había salido de La Habana cuando visualizó lo que ocurriría en su país hace más de 55 años. Asegura, no sin dolor, haber acertado.
Su nombre es Ramón. Ve poco, casi no oye, camina con dificultad, sus manos temblorosas están a punto de ulcerar, pero su memoria la ejercita todos los días. El dolor lo mantiene despierto, la esperanza sí que en verdad la perdió. El estómago se le revuelve cuando Raúl Castro asoma su rostro en la pantalla como un triunfador, como una víctima, como un presidente legítimo. "Así es la política", trato de consolarlo tontamente. Ramón sabe de la vida mucho más que yo.
A Sebastián lo conocí cuando ya estaba encarnando a Raimundo Acosta. Yo de Sebastián Ligarde sabía por el seguimiento a las grabaciones en los estudios de Venevision Productions donde se realizaba "Demente Criminal" la teleserie inspirada en mi libro "Sangre en el diván" y que actualmente el canal Univision transmite en Puerto Rico.
Raimundo Acosta es el nombre con el que "Demente Criminal" identificó a Edmundo Chirinos.
En nuestro primer encuentro Sebastián se mostró ansioso de conocer más del personaje real. Había leído varias veces "Sangre en el diván" y quería la historia de la trastienda.