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Para esta lucha, más importante que la decisión del régimen de abortar la orden de detener a Guaidó, es que él haya decidido regresar y plantar cara a una dictadura a la que no tiene miedo. Es un mensaje muy poderoso que no se construye con campañas publicitarias. Además, Guaidó cumplió su palabra. Ingresó por Maiquetía, por donde lo hacen los presidentes, según lo había anunciado.

Parece imposible obtener más pruebas de que Maduro es un dictador sanguinario. Los ya centenares de militares que han huido a Colombia y Brasil coinciden en que la orden impartida es reprimir y asesinar al pueblo. La ministra de Prisiones, Iris Varela, se publicita en redes junto a civiles con armas de guerra. Freddy Bernal dirige a la FAES, un grupo armado con asesinatos masivos en su haber. A estos se suman los colectivos que en distintas regiones se comportan como operadores del reparto del botín local –en barrios, pueblos, ciudades– y actúan por delegación de gobernadores y alcaldes que les han encargado el orden público.

Y entonces a Monseñor Moronta, Dios le abrió los ojos. En los últimos años ha sido crítico de la gestión de Nicolás Maduro. Varias frases son memorables en las cartas que envió recientemente al dictador y a la FANB. El obispo, que escribe como ciudadano y pastor de la iglesia, narra con crudeza la tragedia de los venezolanos. El hambre, la pobreza crítica, los índices de desnutrición, la crisis hospitalaria y la falta de medicinas “Me imagino que a usted eso no se lo informan”, dice al usurpador.

Lo que antes era una amenaza se ha convertido en certeza. Maduro ve en su futuro la cárcel o la inmolación. Quedará registrado como el más estúpido dictador. Sanguinario, pero estúpido.

La estrategia opositora ha sido la adecuada. Para un régimen constituido por mafias, el dinero tiene que ser la primera preocupación de sus miembros. Y si además les ofrecen benevolencia, bienvenida sea.

Maduro huele a muerte. Es la oscuridad, la amargura. La mentada de madre gritada en coro por venezolanos en cada rincón del planeta.

La esperanza fue creciendo cuando los diputados de la Asamblea Nacional con coherencia junto a sus grupos partidistas, informaron la decisión de sacar al usurpador y hacer respetar la Constitución.

Y entonces Juan Guaidó asumió la oportunidad que le tocó en la historia. Un joven de 35 años que desde cuando fue estudiante había asumido su pasión por la política, con éxito además, cuando en 2007 junto a ya legendarios compañeros, movilizaron las calles en protestas por el cierre de Radio Caracas Televisión y le propinaron la primera gran derrota política a Hugo Chávez en su primer intento de reformar la Constitución.

La detención de menores de edad encaja en un patrón grave. Los muchachos, casi todos de sectores populares, son utilizados como un mensaje de terror hacia la comunidad más desasistida. El régimen procura, desesperado, contener el malestar que ya muestra señales de estallido y que exige la salida de Maduro, a quien ya no le funciona la amenaza de privar a la comunidad de servicios, o de comida o del pago de pensiones. El hartazgo es generalizado.

El momento histórico se expresó el 23 de Enero pasado cuando se efectuó el movimiento de calle más grande en la historia venezolana. Venía precedido por protestas en los barrios que fueron reprimidas con fuerzas paramilitares al servicio del régimen. Muertos y detenidos han sido el dramático balance de esta nueva represión chavista.

El cierre de ese día histórico es un país esperanzado que aún está bajo la angustia de no saber qué más se puede hacer para obligar a la dictadura a que acate la Constitución y deje el poder.

Ahora en Miraflores hay un usurpador llamado Nicolás Maduro que acaba de juramentarse en un proceso ilegal, no reconocido por la mayoría de los partidos políticos, de los países democráticos, los organismos internacionales y el pueblo venezolano. Antes, con cinco días de diferencia, correspondió a Juan Guaidó, joven diputado representante de Voluntad Popular, presidir la Asamblea Nacional. Su discurso de juramentación fue impecable. Respetuoso, institucional, sin ofertas mesiánicas y con la propuesta de unidad, le habló al país respecto a asumir responsabilidades como ciudadanos.