16 Mar
Una década sangrienta y corrupta
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Un militar de alto rango que habría dado la vida por Hugo Chávez ha terminado concluyendo a diez años de su muerte y para su tristeza, que le parece imposible que el expresidente ignorara las operaciones que durante su gobierno se ejecutaban en sociedad con el narcotráfico.

Aún así, el alto oficial matiza el recuerdo del exmandatario fallecido el 5 de marzo de 2013 al compararlo con Nicolás Maduro en el poder: “Chávez disfrutaba caminar sobre la alfombra roja de la democracia y le afectaba si lo calificaban de dictador, por eso no llegó al extremo de la represión sangrienta, en cambio Nicolás se ríe cuando le gritan asesino”.

En los actos de conmemoración del pasado domingo, Maduro, empoderado ante sus colegas tiranos, se ufanó de haber superado momentos difíciles y disfrutó recordando haber sido subestimado, pensando quizás hasta en Chávez que tuvo que ceder a regañadientes ante los cubanos para escogerlo como sucesor.

Maduro se ha mantenido en el poder a sangre y fuego bajo el abrazo del crimen organizado y de los regímenes más repudiados del planeta. Sin pudor ha pisoteado el alma y los estómagos de los venezolanos, en medio de una devastadora inflación y salarios de hambre, bajo la destrucción del sistema productivo, encabezando el gobierno más corrupto de la historia que ha dinamitado la educación y el sistema sanitario, y empujado a más de siete millones de ciudadanos a huir espantados.

Hoy no hay instituciones en Venezuela. La justicia quedó para los libros. La censura es implacable. En diez años, más de 200 medios de comunicación han sido cerrados, decenas de periodistas arrestados y siete trabajadores asesinados, según registro del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa. No hay información libre: los testaferros del madurismo se apoderaron de los medios de comunicación. Globovisión, El Universal y Últimas Noticias fueron tomados a punta de billete para repetir el relato dispuesto por el régimen. Hasta las instalaciones de El Nacional quedaron a disposición de los caprichos de Diosdado Cabello. En cuanto a las emisoras de radio y televisión, las que no están cerradas han sido fracturadas bajo una humillante autocensura, o han capitulado bajo la cooptación de sus propietarios.

La represión sangrienta y la destrucción de las instituciones, de manera especial la militar, son causa de orgullo para Maduro, cumpliendo con eficiencia el plan para mantenerse en el poder.

Recordemos cómo las manifestaciones que explotaron al poco tiempo del cuestionado resultado electoral de abril del 2013 signaron el doloroso destino de nuestra democracia aún derrotada. La activación de la maquinaria represiva ha aplastado desde entonces a miles de ciudadanos que creyeron que podían salir a protestar. Los presos políticos se multiplicaron junto a secuestros, ejecuciones extrajudiciales, torturas, juicios sumarios y detenciones fuera de todo rango de justicia.

Sin embargo, la complacencia de Maduro ante el adjetivo de sanguinario no espanta lo que tal vez sea su única preocupación a largo plazo: el caso de Venezuela ante la Corte Penal Internacional que le apunta por crímenes de lesa humanidad.

Por lo demás, Maduro pisa firme sobre el cuello de los venezolanos. Cuenta para ello con los militares que luego de la destrucción de la Fuerza Armada como institución, han configurado un nuevo esquema que se ajusta a las necesidades y exigencias de los bandidos. No hay otra manera de decirlo: el poder militar es brazo fundamental del delito, lo que su vez se traduce en incentivo para comprar lealtades. Aún así, 150 militares están en las mazmorras infrahumanas del régimen, apagando sus vidas en manos de torturadores, sin juicios o con procedimientos absolutamente amañados.

El narcotráfico, la explotación y venta ilegal de minerales y de chatarra, y el contrabando de combustible y alimentos, protagonizan gran parte de la agenda de compromisos de Miraflores que se complementan con el esquema interesado de regímenes aliados como Rusia, Irán, China, Turquía, Bielorrusia, junto al saco de vividores latinoamericanos. Todos dispuestos a sostener de su lado a tan dócil y estratégico territorio, cabeza de playa fundamental para meterle el dedo en el ojo a Estados Unidos.

Un escenario ocupado a costa del sufrimiento de un pueblo doblegado por la fuerza y debilitado por la crisis de la que no se salvan ni siquiera antiguos seguidores del régimen que alguna vez compraron el discurso de Chávez.

Y ese pueblo agobiado, descreído, desesperanzado, todavía se atreve a protestar e incluso podría ilusionarse con la opción de votar. Porque no todo está perdido.