08 Nov
En el refrigerador de un matadero
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Línea a línea sentí que escuchaba a Lorent Saleh compartir su experiencia en el infierno. La entrevista que Cayetana Álvarez de Toledo le hizo para “El Mundo” de España me estremeció, cuando pocas horas después de iniciar su destierro, este joven de 30 años relató con una desgarradora honestidad, su sufrimiento durante cuatro años en los que estuvo secuestrado por la dictadura venezolana.

Igual quiero compartir con ustedes algunos mensajes. Uno de ellos, la escandalosa imagen de su prisión, la de La Tumba. “Parecía el cuarto de refrigeración de un matadero”, dice Lorent al explicar cómo la dictadura decide pisarte, “para que sientas que no vales nada. Su objetivo es anular uno a uno todos los sentidos del preso, hasta que ya no sabe si está vivo o muerto. ¿Y sabe usted cuál es la única forma de averiguarlo? El dolor”.

“Es la sensación de haber sido aplastado por el Estado en su mayor expresión de violencia y terror”, confiesa Lorent.

Entonces siento que a ese poder de aplastar se le puede sumar algo peor: la indiferencia.

Durante cuatro años el mundo se enteró de la situación de Lorent, gracias a su mamá Yamilé, que tenaz e incansable, denunció la injusticia con su hijo. Ahora, esa celda de tortura la ocupa otro hijo, otro ser inocente.

Nunca es suficiente la defensa y protección para un preso político. No hay muchos medios con espacio para ellos y ya sabemos que la rutina presiona para el olvido.

Leyendo a Lorent, sentí culpa. ¿Estamos haciendo lo suficiente para la liberación de los presos políticos? ¿Mientras escribo este texto, cuántos estarán siendo torturados?

Las preguntas han de repetirse con urgencia. Katherine Harrington usurpando el cargo de vicefiscal, torturó a Lorent, la Defensora del Pueblo, Aramita Padrino, lo torturaba y le preguntaba: “¿Dónde está escrito que un reloj es un derecho humano?”. Y los jefes 1, 2 y 3 del Sebin también lo torturaban, mientras vigilaban sus movimientos a través de monitores. Porque el desarrollo en los métodos de torturas es uno de los pocos aspectos en los que ha avanzado la dictadura.

Las reflexiones de Lorent deben trascender al estupor para enfrentar a los sanguinarios que están en el poder. La dictadura quiere que toda Venezuela sea un sarcófago blanco y helado donde desaparezca la voluntad del desafío y la esperanza. El plan es hacer de los venezolanos unos salvajes miserables que bajen la cabeza por un pedazo de pan, y que por ese mismo pedazo, estén dispuestos a asesinar a su hermano.

Ahora más que nunca hay que activarse en la lucha por la liberación de los presos políticos. Tenemos una deuda enorme con esas víctimas y sus familiares. Y el tirano, lejos de retroceder, avanza. Así, frente al oprobio por el asesinato del concejal Fernando Albán, mantiene su decisión de sostenerse a punta de represión, sin respetar la ley y violando los derechos humanos. Porque es mentira que el siniestro Gustavo González López haya sido despedido como director del Sebin por el asesinato de Albán. Nicolás Maduro lo botó furioso al ser interceptada el viernes en la noche la caravana presidencial por varias comisiones del Sebin. ¿Confusión? Es posible. ¿Guerra interna? También. Maduro dio la orden de botar a González López, desde el carro. Estaba agitado y tembloroso. De nuevo quedó en evidencia su vulnerabilidad. Como hace en momentos de peligro y con la excusa de despedirse de Alí Rodríguez Araque, Maduro se fue a Cuba.

Pero lo que podría ser una buena noticia, de inmediato preocupa. El sucesor es el general de división del Ejército Manuel Ricardo Christopher Figuera, quien tiene un camino marcado por torturas y abusos. Sobran los testimonios de militares víctimas de sus castigos con los que inútilmente trata de apagar el descontento.

Este general es considerado como una pieza elaborada por la estructura represiva cubana. Fue segundo en la Dirección de Contrainteligencia Militar y más recientemente director del Centro Estratégico de Seguridad y Protección de la Patria. Tantas palabras para espiar, extorsionar y torturar.

“He visto a hombres no hacer nada frente al sufrimiento de otros hombres”, confesó Lorent con dolor.

¿Cómo podemos detener tanta maldad? Tiene que existir la manera de convertir, el lamento en hechos.

Lo cierto es que aún en las peores circunstancias los presos han logrado vencer el miedo. Sucedió con el motín en El Helicoide: “ese día (los funcionarios) se dieron cuenta de que ahí había hombres, no insectos”. Que esa fuerza y coraje se reproduzcan en Venezuela.